Por: Diego Rosero
Periodista

Hay momentos en la historia, en que la institucionalidad tiene que sufrir variaciones para acompasarse a los cambios que van surgiendo con el tiempo.

En la tercera década del siglo XXI, muchas son las cosas que han cambiado dramáticamente pero los colombianos, en especial, no hemos adoptado esas transformaciones que aparecen de una manera vertiginosa.

La educación, en todos sus niveles, sigue siendo la misma que se reformó en 1980, sin que se avance en los grandes propósitos. Quedamos estancados repitiendo hasta la saciedad el mismo caduco pensum educativo.

Lo que está pasando en Colombia es un reflejo de lo que quieren los muchachos de hoy.

Esa institucionalidad, que defendemos en una generación que va de paso, no es la misma de los muchachos de este tiempo, con mayores conocimientos que se adquieren por fuera del sistema educativo, por los avances que a diario nos dejan las TIC’s, que permiten que hasta los niños miren el futuro con temor, pues ellos acceden más fácil que su papá o su abuelo, a las herramientas tecnológicas que están a su alcance.

El problema que no ha podido superar, por ejemplo, la institucionalidad es lo que pasa en Cali, donde el 57% de la población vive en la informalidad o el rebusque y eso, con el tiempo, se convirtió en una bomba de tiempo, como la que en este momento explota en la capital vallecaucana.

Esto no es de percepción política y de la confrontación que vivimos a diario entre izquierda o derecha, sino de respuestas a la población que se «mamo» de cargar una pesada cruz sin tener esperanza en un cambio.

Tal vez nosotros, como periodistas, tenemos asegurado el diario vivir y desde esa óptica miramos de manera diferente lo que pasa con nuestros vecinos.

Allá fuera pasa otra cosa y es, en pocas palabras, terrible.

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