Autor: Marcelo Arango Mosquera

No se trata solo de la pandemia y sus secuelas, fenómeno sanitario fácilmente homologable en sus consecuencias a una bomba de racimo, sino de entender que los momentos por los cuales pasan millones de familias colombianas están causando un daño gigantesco a las estructuras sociales del país con una proyección a futuro que se vaticina que puede prolongarse por muchos años.
El enclaustramiento prolongado de las personas en su vivienda, genera un clima de angustia que complica la convivencia interpersonal y que degenera en reacciones de violencia que pueden llegar a ser incontrolables
En el Cauca de los “dos mundos”, la realidad de la casta de los privilegios (que puede recrearse en la extensión de sus arbolados patios, que puede tomar su helicóptero para escaparse subrepticiamente hacia su segunda o tercera casa, que puede salir a comprar vinos finos, wiski, Cervezas importadas u otras exquisiteces, que tiene al alcance de la mano las mejores clínicas privadas) es diametralmente opuesta a la otra realidad en la que tratan de subsistir los pobres y una vasta clase media que hoy se ve empobrecida y ahogada por las deudas luego que de forma brusca se diluyera su leve mercadito de consumo.
Las cifras son indesmentibles. En la cantidad de infectados, de habitantes que se ciegan a una realidad eminente
Cuando hace poco más de un mes éramos invitados por nuestros gobernantes a vivir “una nueva normalidad” o a prepararnos para “un retorno seguro”, es innegable que se nos estaba disfrazando la verdad en forma consciente y deliberada. Cuando el ministro de Salud se permite hablar de “una leve mejoría” extrapolando datos que pueden ser solo puntuales, no cabe duda que está siendo presionado políticamente.
Cuando la encuestadora (claramente ligada al oficialismo) anuncia, en contraposición con otras empresas, un alza significativa en la aprobación del Presidente sin que haya ni un solo hecho político o económico que explique ese aumento, estamos ante un orquestado operativo comunicacional.
Un panorama dramático en lo sanitario ya que se prevé un peack para dos semanas más; inquietante en lo económico con un derrumbe y que se augura igual o peor para agosto hasta diciembre de este año ; pavoroso en lo social con cifras de desocupación de dos dígitos; errático en lo político; es muy poco lo que se puede lograr si no existe la voluntad y el coraje para dar un golpe de timón y cambiar el rumbo, para que no sean las cifras de familias muertas por el virus sean más que los desempleo de nuestras regiones y mucho más preocupado en el Cauca , donde la economía informal es el pan de cada día .
La conducción política en tiempos de crisis, exige restablecer las confianzas.
Winston Churchill, en plena guerra mundial, con un Londres devastado por los bombardeos enemigos, no buscó suavizar la verdad a sus conciudadanos sino que les hizo presente que el futuro que se avecinaba era de “sangre, sudor y lágrimas”. Conquistar la adhesión y la voluntad ciudadana no se puede lograr con discursos y fatigantes cadenas televisivas sino demostrando en los hechos que se está dispuesto a tocar y a herir privilegios en pro de la construcción de una sociedad más justa y más solidaria.
En anteriores comentarios editoriales, hemos insistido en afirmar que el estallido del número de contagiados tuvo causas muy profundas que se reflejan en el cúmulo de inequidades que configuran una sociedad profundamente fracturada.
Es de ilusos soñar con que tras la crisis de la pandemia retornaremos como país a un clima de tranquilidad y paz social. Si no se demuestra que existe efectiva y sincera decisión de superar las razones estructurales en que se sostiene el andamiaje actual y se persiste en el dogmático ideologismo de protagonismo partidista, las consecuencias pueden ser enormes.
Los hechos hablan por sí solos. Lo único que falta es que las elites políticas abran los ojos y vean la luz, porque el virus del Cov 19, si la tiene clara y es acabar con todo lo que tiene a su paso por no cuidarse bien a él y sus familias.

 

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